Violeta Serrano: “Estamos viviendo un cambio de época, debemos redefinir la noción de éxito”
Violeta Serrano conoce de primera mano los grandes temas sobre los que escribe. Después de graduarse con triple premio Extraordinario en Filología Hispánica, Filología Francesa y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona, se vio obligada, crisis mediante, a emprender rumbo a Buenos Aires en busca de oportunidades. Ahí comenzó una carrera que la ha llevado a colaborar en medios como RADAR, de Página12, Ideas, de La Nación, el suplemento cultural PERFIL así como en las revistas Mercurio y FronteraD en España; y a publicar los libros Camino de ida, Antes del fuego y Poder migrante, un agudo ensayo sobre las personas migrantes que le valió un gran reconocimiento en España. Ahora acaba de publicar Flores en la basura, un relato personal, a medio camino entre la biografía y el ensayo, sobre la ‘generación perdida’ a la que pertenece.
Actualmente, Serrano vive entre Argentina y España y además de escribir es coordinadora de la Maestría en Edición y Gestión Editorial con Grupo Planeta de VIU y docente de la Maestría en Creación Literaria con Grupo Planeta de la Universidad. Nos pusimos en contacto con ella para que nos contara un poco más sobre Flores en la basura.
¿Cómo nace ‘Flores en la basura’? ¿Qué te motiva a escribirlo?
Empecé a escribir Flores en la basura en 2017. Vivo entre Argentina y España desde 2013 y, ese año, pasé unos 9 meses seguidos en Madrid, después de un largo periodo completo en Buenos Aires. Esa distancia entre un país y otro me hizo repensar y ver con ojos de extranjera y de autóctona a la vez mi propio país de origen: España. Veía cómo el estado del bienestar en el que yo había crecido por haber nacido a finales de los 80, empezaba a resquebrajarse. Veía cómo la clase media empezaba a enflaquecer. Veía cómo la sanidad pública comenzaba a debilitarse. Veía, en fin, que tenían que empezar a sonar las alarmas y que el legado que nuestros padres nos habían dejado con gran esfuerzo tras 40 años de democracia y estabilidad, era también nuestra responsabilidad a partir de ahora. Las nuevas generaciones debemos también hacernos cargo del nuevo periodo histórico en el que estamos inmersos y, al igual que nuestros antepasados lucharon incluso con una Guerra Civil mediante por darnos paz y derechos, ahora nos toca a nosotros llegar a consensos para repensar España en un contexto muy diferente y con unos desafíos extremadamente importantes. En ese sentido, así como en el 68, el referente de mis padres podía ser el mayo francés de París, mi experiencia en Latinoamérica me hace pensar en el otro lado del océano como nuestro referente virtuoso actual. Nuestra generación ya no puede pensarse en términos de poder adquisitivo y bienes materiales únicamente: estamos viviendo un cambio de época. Nuestras nuevas referencias implican la creación de un mundo nuevo, ahora sí. Y no es una frase utópica: la urgencia es mucho más fuerte de lo que queremos admitir. Es demasiado real. Estamos ante un abismo transversal: económico, social y ecológico. Debemos cambiar nuestra forma de habitar este mundo y, en ese sentido, nuestra generación en España tiene grandes oportunidades si tiene la valentía suficiente para aprovecharlas. Ahora bien, para eso, tiene que tener el coraje de repensarse absolutamente. El sentido del éxito debe redefinirse. Para eso, reflexionar acerca de qué es el buen vivir mirando hacia Latinoamérica me parece esencial: el respeto a la naturaleza, la fuerza de la comunidad, saber tejer redes de apoyo a escala humana, el valor de la amistad y de la familia, la defensa del conocimiento, el ejercicio de la creatividad en contextos de incertidumbre… En todos esos aspectos, Latinoamérica nos lleva varias etapas de ventaja a los europeos y ahora vamos a tener que (re)aprender a marchas forzadas.
En tu libro haces un retrato de la llamada ‘Generación perdida’ ¿Nos puedes explicar a qué se refiere este concepto?
Me refiero a la generación nacida a finales de los 80, principios de los 90, es decir, la mía. Esa generación que creció con todas las comodidades y a la que se le prometió que, si hacía todo lo que debía como estudiar, etc., lograría superar incluso la calidad de vida de sus padres. Eso no sólo no pasó, sino que somos la primera generación después de muchos años que vivirá peor que la precedente. Nuestros padres nacieron con inmensos problemas en una España muy retrasada y, sin embargo, cuando entraron al mercado laboral, comenzó, al mismo tiempo, un periodo de estabilidad que duró, justo, hasta que nos tocó a nosotros entrar a dicho mercado. Ahí todo explotó y de ahí la paradoja. Nuestros padres fueron de peor a mejor. Nosotros, al revés, de mejor a peor. Y eso, claro, siempre es más difícil de asumir.
Cabe aclarar que esta generación contiene varios tipos de personas: no sólo quienes han estudiado varias carreras con éxito (salvo excepciones, claro), sino también quienes decidieron dejar de estudiar tempranamente para ganar dinero con la burbuja inmobiliaria que después de la crisis de 2008 dejó a miles de jóvenes sin trabajo y sin ninguna formación para reinsertarse en un mercado laboral ya de por sí complejo y extremadamente competitivo. Esa es mi generación: no sólo la de los estudiantes, sino también la de los obreros sin formación.
Foto por Alejandra López
También planteas posibles caminos hacia una solución a las problemáticas que enfrenta esta generación ¿Nos puedes hacer un breve resumen de las principales vías de acción que propones?
Como dije en la charla TEDx que di hace apenas unas semanas, debemos cambiar nuestra concepción del buen vivir, debemos redefinir la noción de éxito, debemos vivir en mayor comunión con la naturaleza. Debemos, en resumen, tomar los aprendizajes de nuestros pasados y ponerlos en diálogo con la innovación que el siglo XXI nos ofrece para reorientar las relaciones personales, laborales y sociales. El primer punto es repoblar la España vacía. España es un país con una infraestructura espectacular en cuanto a medios de transporte y cobertura de internet. No tiene sentido alguno que los jóvenes sigamos empeñándonos en vivir en grandes núcleos urbanos como Madrid o Barcelona. Debemos vivir en pueblos y, a quien no le guste, aún tiene la posibilidad de las ciudades intermedias. Debemos teletrabajar en la medida de lo posible y generar hábitos de vida acordes con cuestiones que nos parecen tonterías pero que no lo son: por ejemplo, saber qué comemos cada día y a qué precio lo estamos pagando.
Has experimentado lo que es ser inmigrante y conoces la realidad de Latinoamérica de primera mano ¿En tu experiencia la globalización también ha convertido en compartidos los problemas que enfrentan las nuevas generaciones en Europa y en América del Sur?
Sí, por supuesto: la situación de los jóvenes es muy compleja en ambos mundos porque en todas partes estamos viviendo un cambio de época global y debemos repensar absolutamente todo. Ahora bien, nuestros hermanos latinoamericanos tienen muchísimas más dificultades para salir adelante. Por poner un ejemplo, la inflación que ahora mismo pone los pelos de punta en España, es mucho menor a la que soporta la Argentina hace décadas. Esto, sin duda, complejiza las expectativas del buen vivir. Además, las infraestructuras que comenté más arriba que sí tiene España son una base enorme para salir a flote y en gran parte de Latinoamérica se carece de ellas. Tenemos, además, a Europa como paraguas, y ellos no. Por eso me molesta mucho la queja de mi generación española. Sí debemos protestar, y mucho, para restituir esos derechos que se están difuminando. Pero también tenemos que ser responsables y saber que no estamos en el peor de los mundos posibles. Debemos defender la democracia y, diría más, debemos refundarla sobre una base muy sólida que nuestros padres nos legaron.
Y en la misma línea ¿Crees que el hecho de ser inmigrante agudiza aún más la falta de oportunidades que describes en el libro? ¿O añade otros frenos adicionales al desarrollo de las personas?
Por un lado, ser inmigrante hace que todo sea mucho más difícil puesto que una persona que se va de su país, sea cual sea su situación, deja atrás su zona de confort, sus contactos, etc. Y tiene que empezar de nuevo adaptándose a una nueva lógica, tanto económica como sociocultural. Ahora bien, ese camino tan complejo despierta una creatividad y una audacia que son valores en auge en este mundo cambiante y lleno de incertidumbre. Los migrantes acaban siendo maestros para un mundo en crisis como el actual y más nos valdría valorarlos como tal y no sólo dejar de desear que existan, sino querer tenerlos cerca para aprender de ellos sobre resiliencia y creatividad. Nos va a hacer mucha falta.
Revindicas el papel de las ciencias sociales y las humanidades en el contexto actual ¿Nos puedes explicar por qué?
En un contexto de tanta incertidumbre y de cambio de época, es urgente repensar el mundo en el que vivimos. Para eso es necesario poner nuestra imaginación a funcionar al máximo nivel y soñar lo imposible. Lo intangible que resulta la riqueza que ofrece el ejercicio de áreas como estas debe ponerse en valor cuanto antes y trabajar en cooperación con otras áreas del saber. Vivimos en un mundo transversal y global: debemos dejar de plantearnos el mundo y las áreas del conocimiento como compartimentos estancos con jerarquías de importancia que no se condicen ya con la realidad. Te pongo un ejemplo: la invención de algo, como la vacuna que nos salvó de la última pandemia, se lleva a cabo con conocimientos científicos del área sanitaria, por supuesto, pero también con el ejercicio de la imaginación porque no hay forma de crear algo de la nada sin innovar y, además, para su exitosa aplicación, debe pensarse una estrategia también social. Sin el aporte del pensamiento crítico y estratégico también a niveles comunicacionales, la pandemia hubiese sido un desastre mucho mayor, porque somos seres sociales, no únicamente biológicos. Ni hablar de los referentes literarios en el campo distópico: casi todo lo que nos sucede en el mundo real ha sido antes imaginado por un profesional de la creación. Quizás sería bueno empezar a poner en valor nuestra función como creadores de mundos posibles para adelantarnos a tantos desastres y, en consecuencia, estar mejor preparados para que, cuando suenen las alarmas, no sea demasiado tarde.