Expertos VIU | Democracia tecnificada y ciudadanía despolitizada ¿Ya no hay alternativa?
Es innegable que vivimos en un momento de polarización global, caracterizado por conflictos geopolíticos de intensidad creciente, una desconfianza transversal de parte de la ciudadanía hacia las instituciones y un discurso público crispado. En este contexto resulta fundamental buscar vías de regeneración de nuestros sistemas democráticos, que nos permitan reconducir las relaciones entre los ciudadanos y las instituciones y los sistemas que nos gobiernan. Precisamente a esta tarea fundamental dedica sus esfuerzos el Dr. Alejandro Escobar Vicent, doctor en filosofía especializado en democracia, filosofía política y contemporánea y filosofía del derecho, y docente de los Grados en Humanidades y en Logopedia de VIU. En su libro de reciente publicación, titulado ‘La Democracia que nos merecemos. Una teoría de la eticidad democrática para el siglo XXI’, el Dr. Escobar Vicent, propone, desde la filosofía del reconocimiento, un análisis de nuestra actualidad sociopolítica, para, a partir de este examen, proponer posibles vías de renovación de nuestras relaciones político-institucionales.
Para conocer más acerca de su trabajo, su visión de la actualidad y las propuestas que desarrolla en su obra, le pedimos que nos lo contara directamente, a través de la siguiente entrevista que tuvo la amabilidad de contestarnos.
¿Qué te motivó a escribir ‘La democracia que nos merecemos’?
Este libro es, para mí, una primera piedra del edificio conceptual y teórico que me propuse erigir desde hace ya algunos años, cuando comencé a desarrollar el estudio sistemático de la filosofía del reconocimiento, una filosofía que tuvo su origen en Hegel y ha sido llevada a niveles ético-prácticos por Axel Honneth, hace algunas décadas. Es la base de mi proyecto actual de investigación.
Mi convencimiento en las capacidades de mejorar nuestras relaciones democráticas, que esta filosofía del reconocimiento nos aporta, me empujó a escribir este libro, con la intención de hacerlo llegar a un público más amplio que el del restricto ámbito académico. Creo que, si hablamos y creemos que debemos hablar de democracia, debemos hacerlo entre todos y no, de manera a veces excluyente, entre élites intelectuales.
Es por ello, asimismo, que lo he intitulado La democracia que nos merecemos. Porque, si bien creemos que nos merecemos vivir lo menos escindidos posible, en libertad y justicia, también formamos parte de las causas del deterioro al que, considero yo, hemos llegado tras un largo período de desintegración del modelo de estado de derecho y la consecuente pérdida de libertad, de solidaridad entre nosotros y, cómo no, de calidad de nuestra democracia.
Dr. Alejandro Escobar Vicent
En el análisis y la propuesta teórica que realizas, es central la filosofía o teoría del reconocimiento ¿Nos puedes contar de forma breve en qué consiste ésta y cómo la aplicas a tu trabajo?
La filosofía del reconocimiento, podríamos decirlo muy brevemente, vendría a ser el compendio de aproximaciones teóricas a los fenómenos sociales y políticos que se explican mediante los modos como nos relacionamos intersubjetivamente en tanto que personas y, aún más importante, al nivel de nuestra existencia como ciudadanos, dotados de derechos y arrogados de libertad para la acción política, con el conjunto de nuestras instituciones y viceversa. Es aquí, en este punto, donde considero que se realiza la idea de democracia, la cual es el contenido de mi libro.
Entendemos el reconocimiento, pues, como el resultado de las luchas que libramos los individuos por obtener, de los demás y de las instituciones, la consideración social, recíproca y suficiente, como sujetos políticos autodeterminados, como individuos válidos y valiosos para los demás y el decurso de sus vidas en sociedad, porque a todos y a cada uno se nos reconoce en nuestras capacidades de transformar a la propia sociedad. Ello se produce constantemente, con mayor o menor fuerza, a lo largo de nuestras relaciones éticas, sociales, políticas y económicas.
Dicho de otra forma, el reconocimiento viene a significar, según mi teoría de la eticidad democrática aquí propuesta, las condiciones de posibilidad de materialización de la idea, universal y abstracta, que denota el término democracia, cada vez que la pronunciamos.
El libro, y gran parte de tu proyecto investigador se centra en el análisis de los sistemas democráticos, su origen, funcionamiento y sus formas actuales ¿Cómo surge este interés y que relevancia consideras que tiene en el contexto actual?
Es notoria, y así lo explico y desarrollo en el libro, la ubicuidad de reivindicaciones de mejora y aumento de la democracia en el discurrir de nuestras agitadas vidas en sociedad. No obstante, esta idea, esgrimida como fundamento de las reivindicaciones durante las protestas, sigue siendo abstracta, aunque universal. Será en sus modos de concreción, cuando afloran las enormes diferencias en la concepción de dicha idea de democracia o, como ya lo has formulado en la pregunta, cuando son múltiples las formas como ella se realiza. Es ahí, en este punto, que me vi impelido a desarrollar una teoría que pudiera dar cuenta de dicha multiplicidad de significados referidos a un mismo significante, a una misma realidad compartida, y que nos la explicase, al mismo tiempo que nos permitiese disponer de elementos de juicio suficientes para conocer los niveles de calidad que, en cada momento de nuestra existencia democrática, dicha democracia está operando entre nosotros.
De ahí que, del resultado de mi estudio ampliado sobre la teoría honnethiana de las luchas por el reconocimiento, haya podido darme esta posibilidad de desplegar mi teoría, con el fin de que el conjunto de las ciencias sociales y humanísticas nos conjuremos en el planteamiento de cuantos ajustes institucionales podamos llevar a cabo, por mor de la mejora de nuestras relaciones democráticas.
Portada del libro 'La democracia que nos merecemos'
En ‘La democracia que nos merecemos’ propones vías de renovación de nuestras relaciones político-institucionales con el fin de sanear o mejorar la calidad de nuestros sistemas democráticos ¿Nos puedes compartir, de forma esquemática, cuáles son estas vías?
Se trata de superar las deficiencias del modelo democrático-liberal que hasta hoy ha intentado reinar en nuestro ordenamiento jurídico-político. Éste ha demostrado excelencias, pero también déficits importantes, los cuales se han ido traduciendo, muy poquito a poco, en el medio más favorable para que germine un modo silencioso de autoritarismo, al cual yo llamo aquí “democracia administrada”.
Se trata de un término que he tomado de las observaciones que Sheldon Wolin realizare sobre los modos como los estados de nuestro entorno han ido robusteciendo su aparataje de control social y la despolitización consecuente de la ciudadanía, a raíz de los atentados del 11-S de 2001.
Sin embargo, pese al brillo rutilante de esta idea, yo considero que las causas de esta, para mí, evidentísima realidad política y jurídica no se centran en estos nefastos acontecimientos y de tan doloroso recuerdo, sino que la democracia administrada, como realidad jurídico-política nuestra, en nuestro aquí y ahora, es la consecuencia necesaria de lo irrealizable de la propia mitología libertaria y revolucionaria, por la cual se ha forjado el concepto actual de democracia dentro del modelo de estado de derecho.
Así, pues, mi propuesta de renovación de nuestras relaciones democráticas pasa por el esbozo de una utopía que nos ayude a superar esas deficiencias que hoy nos dejan el desolador y distópico escenario de unas relaciones, casi rotas, entre, por un lado, un Estado que se aleja del ideal ético que, en las revoluciones pasadas, le dio cualidad de garante de nuestras libertades y derechos y, en el lado casi opuesto, una ciudadanía cada vez más despolitizada y más invisibilizada en términos de reconocimiento intersubjetivo.
Considerando el estado actual del mundo, especialmente a nivel de discurso público, relatos mediáticos y políticos y tensiones geopolíticas ¿Qué papel pueden o deben jugar las humanidades en la regeneración de la Res pública y de nuestra convivencia social en general?
Nos merecemos una democracia marcada por la acción política ciudadana, intensa y pertinaz, orientada hacia el reatrapamiento ético del Estado. Es decir, retomar la idea de que el Estado constituye esa genuina “cosa pública” que tan acertadamente has planteado en tu pregunta. Pero, para que ello se produzca, hemos de aceptar el hecho de que el Estado real ya se ha separado, suficientemente, de su razón de ser original, la ciudadanía, como para que, al sol de hoy, nuestras relaciones ético-políticas hayan devenido en relaciones agonales por nuestro reconocimiento en tanto que ciudadanos. Es decir, en la arena política, si de lo que hablamos es de democracia, se libran luchas intestinas por el reconocimiento recíproco entre un Estado cada vez más maquínico y una ciudadanía progresivamente impolitizada, por causa de la acción, cada vez más contundente, por parte de los estados, bajo ese lema tan consagrado hoy que dice que “ya no hay alternativa”.
Y, aquí, afloró la necesidad de estudiar fenomenológicamente a ese espacio público que, intuitivamente, has dejado caer en el contenido de tu pregunta: en un mundo sobretecnificado, fundado más en premisas del tipo coste-beneficio que en una visión holística de la existencia de los ciudadanos, el papel de las Humanidades ha de ser protagonista en la superación de los déficits sobre los que el modelo actual se sustenta.
Y, también aquí, aparece el otro elemento fundamental de la ecuación que has planteado: ese discurso público al que te refieres, exige que se impregne, en condiciones de libertad de acceso a dicho espacio público comunicativo, de todos aquellos temas, lenguajes, sensibilidades y sentimientos de injusticia que estén operando en los modos como estamos siendo ciudadanos.
Es decir, la democracia que nos merecemos nos merece nuestra intensa acción política solidaria y reivindicativa, al mismo tiempo que nos somete al constante y a veces incómodo debate. Un debate que debe realizarse (debe hacerse real), en un espacio genuinamente público (de acceso universal), para lo cual habremos de superar la restrictiva tendencia de un discurso público cada vez más tecnificado y unidireccional, con base en principios de eficacia y beneficio, y abrirnos hacia los múltiples lenguajes que nos aporta la visión holística del mundo en la que se fundan las Humanidades.
En el mismo contexto ¿Cuáles son a tu juicio las principales amenazas a las que se enfrentan los sistemas democráticos en la actualidad?
La democracia administrada ya es, en sí, la amenaza. Es un hecho. Es el uso extensivo de una idiosincrasia del management, utilitarista y mecanicista, aplicada sobre cualesquiera aspectos de nuestra vida, de nuestra existencia como personas-ciudadanos.
La idea de que ya no hay más alternativa, la cual impregna a la propia visión de nosotros mismos como sujetos políticos existentes, porque fundamos, un día atrás, a nuestro estar-siendo democráticos en ciertos modos de un bienestar que hoy se nos va haciendo escurridizo, es tierra abonada y fecunda para que la democracia administrada se nos haga una realidad ineluctable, más que un impedimento para la realización de nuestra libertad.