Familia y escuela: un vínculo necesario
“Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos”
SÉNECA
Desde hace años, el debate entre familia y escuela sigue generando tanto interés como desconcierto. Por un lado, parece obvio que ambos colectivos deben implicarse en la educación de un modo coordinado y pacífico. Sin embargo, por desgracia, esto no siempre ocurre así.
Son muchos los docentes que se quejan de que los progenitores no asisten a las tutorías o a las escuelas de padres. Asimismo, encontramos familias que protestan porque los profesores no comprenden a sus hijos o no les proporcionan el apoyo que ellos consideran necesario.
¿Quién está en lo cierto?
Ahí radica el conflicto, puesto que no se trata tanto de tener razón o de no tenerla, sino de aunar fuerzas para que el esfuerzo de todos vaya, con coherencia y continuidad, en la misma dirección para procurar el desarrollo integral del alumnado.
Y con este “desarrollo integral” nos referimos al ámbito intelectual y al emocional. Por lo tanto, tanto la familia como el profesorado deberá procurar espacios en los que los alumnos puedan comunicar sus inquietudes, experimentar lo aprendido y seguir manteniendo el interés por todo aquello que les rodea y que, antes o después, constituirá el principal foco de su aprendizaje.
Está comprobado que cuando la familia se preocupa e interesa activamente por la formación de sus hijos, estos aprenden con más ilusión al sentir que pueden compartir su aprendizaje y sus experiencias de aula.
Esta implicación no tiene que ver, en absoluto, con hacer las tareas por ellos ni con quitarles autonomía sino con escuchar sus preocupaciones, con mostrarles que están ahí como apoyo incondicional, con hablar con ellos de temas cotidianos, con compartir aficiones y descubrir sus talentos, con transmitirles valores sólidos con su propio ejemplo.
No se trata de angustiarse ni no se llega a todo, sino de procurar este acompañamiento y apoyo que debe extenderse a la presencia en el ámbito escolar: conocer a los profesores, asistir a las charlas y tutorías, acompañar a los niños cuando intervengan en alguna actuación o actividad escolar. Todo ello hace sentir a los niños y a los adolescentes que importan a sus padres. Se sienten queridos. Se sienten importantes. Ven sentido a su avance.
Por supuesto, esta atención exige un tiempo y un esfuerzo. De hecho, algunas de las dificultades que señalan las familias a la hora de implicarse más con los centros escolares (según indican Comellas, 2009; Gairín y Bris, 2007; y Romero, 2010) son la disponibilidad horaria debido al trabajo y la falta de información que reciben por parte del centro; el poco reconocimiento, especialmente del colectivo de padres; el escaso apoyo de las administraciones educativas y la poca confianza en el valor del trabajo. También parece influir el curso en el que se encuentran sus hijos, puesto que a medida que aumentan de curso, los progenitores se van desvinculando del centro y se implican menos con el sistema escolar y académico.
Por su parte, los profesores deben promover el vínculo entre sus alumnos y la familia animándolos a que les cuenten lo que hacen, a la vez que deben animar a los padres a que motiven a sus hijos en todo momento.
Esta motivación, todavía es más necesaria en el caso de los niños con necesidades especiales, en cuanto que sus progresos no siempre se corresponden a los que marcan los ciclos educativos. Por ese motivo, la carga emocional debe estar nutrida de sensibilidad y de paciencia.
Interesante experiencia y ejemplo de educación inclusiva con niños sordos en la que se implican las familias y el centro escolar.
Todo ello supone intercambiar información y reflexiones sobre la educación que más favorezca a nuestros hijos y alumnos, a la vez que una adaptación a los cambios por parte de todos. Esta colaboración, según Bolívar (2006), requiere pasar de situaciones de participación aislada y parcial hasta una situación más organizada en la que tanto padres como docentes “sean socios de una empresa compartida: el aprendizaje de buena calidad”.
Es una tarea, un trabajo, un compromiso que implica compartir inquietudes, trasladar los conocimientos escolares a la vida cotidiana y ver el modo de integrar las vivencias del día a día en el ámbito académico, a fin de que el alumnado perciba un aprendizaje coherente y significativo.
En efecto, como indica Domínguez (2010), la educación es “cosa de dos”, lo que supone que “debe ser una tarea compartida” para la consecución del objetivo final.
Dra. María Ángeles Chavarría Aznar
Profesora del Máster Universitario de Formación del Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria, Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas de la Universidad Internacional de Valencia (VIU). Profesora colaboradora del Máster Universitario de Educación Especial y Atención Temprana de la Universidad Internacional de Valencia (VIU).
BIBLIOGRAFÍA
BOLÍVAR, A. (2006): “Familia y escuela: dos mundos llamados a trabajar en común”, Revista de Educación, 229, pp. 119-146.
COMELLAS, M.J. (2009): Familia y escuela: compartir la educación, Barcelona, Graó.
DOMÍNGUEZ MARTÍNEZ, S. (2010): “La educación, cosa de dos: La escuela y la familia”, Revista digital para profesionales de la enseñanza, número 8, mayo, pp. 1-15.
GAIRÍN, J. y BRIS, M. (2007): “La participación de los padres y madres en el sistema educativo”, Revista participación educativa, 1, pp.34-40.
ROMERO, M.J. (2010): Familia y escuela, Sevilla, Wanceulen.