Las olas de calor, el cambio climático y las emisiones de CO2
Una de las manifestaciones climáticas que podemos sentir más palpablemente es la aparición eventual de esos días de verano, que antes simplemente llamábamos “la canícula” y ahora se les llama, cada cierto tiempo, olas de calor.
¿Qué es una ola de calor?
La Organización Meteorológica Mundial (WMO) define como una ola de calor como un periodo de al menos dos días consecutivos en la época de calor en el cual el tiempo meteorológico muestra valores de temperatura fuera de lo usual (Tmax, T min y T med) para una región, comparados con las condiciones climáticas locales, por encima de un determinado umbral. Es necesario acotar además que estas anomalías en las temperaturas ocurran como resultado de la invasión de una masa de aire muy cálida que se extiende sobre un amplio territorio.
Por lo tanto, se puede decir que el concepto de ola de calor no es un valor absoluto, sino que depende del sitio donde ocurre. No significa lo mismo una semana con temperaturas máximas por encima de 40º C en Sevilla que en Soria.
Hay varias agencias internacionales encargadas de registrar el clima del planeta; entre ellas está la prestigiosa NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica) de los Estados Unidos. Esta agencia ha registrado el pasado mes de julio como el más cálido desde que se tienen registros de temperatura (1880).
La temperatura media alcanzó 1,20ºC más que el promedio de ese mes de todo el siglo XX. Además del año 1998, singular por la aparición de un evento de El Niño extremo y de muy altas temperaturas, los 10 meses de julio más cálidos han ocurrido desde 2005. Podemos corroborar personalmente que esto ha sido así usando nuestra propia percepción, pero hay más datos importantes que quizás debemos tomar en cuenta. En nuestro clima mediterráneo, las altas temperaturas casi siempre van acompañadas por la sequía.
En un importante estudio publicado ya hace algunos años por el Instituto de Ciencias Atmosféricas y Climáticas, ETH Zurich, Suiza, han mostrado que la mayoría de las más recientes olas de calor en Europa han sido precedidas por primaveras muy secas. Ellos atribuyen a este déficit de humedad en el suelo como consecuencia de la falta de lluvias, una reducción de poder latente de enfriamiento que lleva a la amplificación de los extremos de temperatura en verano.
Este acoplamiento entre fenómenos atmosféricos y parámetros terrestres llevan no solo a aumentos en las medias de temperatura sino en particular a aumentar las anomalías en los valores máximos diarios. Se consideran estos valores como de mucha importancia por sus efectos sobre los ecosistemas, la agricultura, los bosques, así como para la salud humana.
Las cotas más bajas de reservas en los embalses españoles se alcanzan siempre durante el verano. Este año, como consecuencia de una primavera muy seca, estas reservas alcanzaron una capacidad hidráulica extremadamente baja, solo superada por la correspondiente a 1995. Estas reservas hidráulicas no son solo para consumo urbano y agricultura, también son para generar electricidad libre de emisiones de CO2. Según los últimos datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, la capacidad de los embalses ahora está al 42,9%, con cuencas como la del Segura al 17,2% de su capacidad.
Habría que recalcar que gracias al uso de energías renovables, España ha logrado reducir sus emisiones de gases de invernadero en un 10% en la última década según un estudio reciente de la Agencia Europea del Medio Ambiente. A partir de 2012, cuando por resolución del gobierno se paralizó la instalación de potencia renovable, se puede decir que somos más dependientes del clima la lluvia y el viento, para alcanzar la reducción de emisiones de CO2.
Así pues, durante los 7 primeros meses de 2017 la generación de electricidad en España a través de la tecnología hidráulica ha caído un 51,2% respecto al mismo periodo de 2016, según los datos de Red Eléctrica de España. También se ha registrado un descenso del 11% del uso de la energía eólica. Esto sucede porque cuando las reservas hidráulicas están bajas, se dispara el uso de otras fuentes de energía, especialmente las de origen fósil, carbón, gas, petróleo y este hecho a su vez tiene un resultado muy negativo sobre las emisiones de gases de efecto invernadero en España. El uso de carbón y en menor medida de petróleo y gas sustituyen a las energías limpias. Las centrales térmicas han incrementado la producción de electricidad en un 72% en los primeros 7 meses de 2017.
Podemos esperar que este año la lucha contra el cambio climático en España tenga un revés muy serio como consecuencia del clima. Estamos pues frente a un mecanismo de “feedback” o retroalimentación. Debido a la sequía y a las olas de calor, entre enero y julio el sector eléctrico emitió 41,2 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, 17,2 millones más que en el mismo periodo de 2016.
La generación hidráulica, libre de gases de efecto invernadero, ha caído más de un 51% y ha sido sustituida por el carbón (cuyo uso ha aumentado un 72%) y el gas (30%). Es decir, a más calor y sequía mayores emisiones de gases de invernadero; y mientras menos podamos controlar las emisiones de estos gases mayor será el aumento global de temperatura y con ello se incrementarán tanto en frecuencia como en intensidad las olas de calor. Según un reciente estudio las olas de calor irán en aumento tanto en su frecuencia como en su intensidad en los próximos 40 años. Aunque las zonas más castigadas volverán a ser las tropicales, Europa, y en especial la cuenca mediterránea, no escaparán a este efecto colateral del cambio climático.