Dr. Joaquín Mateu: Síndrome del ejecutivo ¿Qué es? ¿Cómo nos afecta? Y ¿Qué lo causa?
Video Dr. Joaquín Mateu-Mollá VIU - Síndrome del Ejecutivo
La marcada orientación hacia la productividad y la autoexigencia en todos los aspectos, que caracteriza a nuestras sociedades, tiene como una de sus consecuencias la aparición de diversas problemáticas de salud mental articuladas en torno al distrés, la ansiedad y la depresión. Estamos relativamente familiarizados con términos como el burnout o el trastorno adaptativo, pero hay otros menos conocidos pero igual de perniciosos, como es el caso del Síndrome del Ejecutivo. Se trata de un patrón emocional y conductual que afecta, en distintos grados, a una porción de la población mayor que la que el desconocimiento de su nombre podría sugerir.
Por ello, le pedimos a nuestro experto, el Dr. Joaquín Mateu-Mollá, que nos explicara en qué consiste este síndrome, quienes están más en riesgo de padecerlo, cómo afecta a nuestra salud y que podemos hacer para prevenirlo y/o tratarlo. El Dr. Mateu-Mollá es doctor en Psicología y director del Máster Oficial en Gerontología y Atención Centrada en la Persona de VIU, y acaba de publicar su primer libro “Volver a ser tú. Claves para entender y superar la ansiedad”.
¿En qué consiste el síndrome del ejecutivo?
El síndrome del ejecutivo (conocido también como workaholic) describe el patrón emocional y conductual de quienes están persistentemente enfocados al trabajo, de forma que este no solo absorbe la mayor parte de su tiempo en los días laborables, sino también en los que habrían de dedicarse al descanso. Quienes viven con este síndrome pueden tener grandes dificultades para desconectar de sus obligaciones laborales, invertir extraordinarios esfuerzos para satisfacer las expectativas de sus superiores (más allá de las que les corresponderían), relegar las necesidades personales a un segundo plano u obviar las oportunidades para el ocio y el esparcimiento. Como consecuencia, el desarrollo del día a día se enmarcaría casi exclusivamente en el trabajo, lo que acabaría teniendo repercusiones notables en el resto de las facetas de su vida (pareja, familia, amistades, etc.) y perjudicaría notablemente su salud física y mental.
El síndrome del ejecutivo ha sido profundamente estudiado en el contexto de la jubilación, pues se alza como una transición existencial más compleja y difícil cuando está presente. En este caso, el cese de la actividad laboral ubicaría a la persona en una cotidianidad diametralmente distinta a lo que antaño fue, donde cobran relevancia facetas que hasta ese momento había descuidado. Cuando esto sucede así, se exacerba el riesgo de soledad indeseada y de experimentar niveles de estrés potencialmente desbordantes.
¿Cómo repercute en la salud física y mental este síndrome?
Las personas con síndrome del ejecutivo suelen convivir con problemas físicos y psicológicos de distinta naturaleza e intensidad. Los más frecuentes están relacionados con el estrés, pues al ser una condición que obliga a las personas a mantenerse persistentemente atentas para satisfacer las demandas de su puesto de trabajo, raramente encuentran espacios para adentrarse en otras actividades que les reporten un respiro o gratificación. Obviamente, las consecuencias negativas no se hacen esperar. Por ejemplo, resulta común que irrumpan dolores difusos (cabeza, espalda, etc.), alteraciones gastrointestinales, mareos, problemas en la piel, caída del pelo, etc. Además, se corre un mayor riesgo de sufrir burnout; un trastorno asociado al estrés laboral que se expresa como síntomas ansioso-depresivos, sensación de pobre realización personal y desinterés hacia quienes son receptores de nuestra actividad profesional (clientes, compañeros, etc.).
Otra de las consecuencias relevantes del síndrome del ejecutivo son los problemas para dormir, lo que se relaciona estrechamente con el estrés y los síntomas ansioso-depresivos. El estado de constante activación del que hablamos anteriormente impide que los procesos fisiológicos que inducen el sueño discurran con normalidad; manifestándose una dilatación del tiempo necesario para adentrarnos en él desde que entramos en la cama, desvelos durante la noche, despertares precoces y perturbaciones en su ciclo natural. Esta misma activación también puede aumentar la probabilidad de que la ansiedad alcance una intensidad desbordante, hasta el punto de acabar expresándose como episodios agudos (pánico) profundamente perturbadores. Estos problemas, que se resumen en la categoría clínica más general del insomnio, son tanto una causa como una consecuencia del malestar emocional de quienes padecen una “adicción” al trabajo.
Para acabar, se sabe también que las personas con síndrome del ejecutivo pueden abusar de las nuevas tecnologías como una herramienta para estar permanentemente conectadas a su correo electrónico u otras herramientas del trabajo, tanto a través del ordenador como de dispositivos móviles. También se ha descrito un empleo abusivo de sustancias estimulantes y depresoras del sistema nervioso central. Estas circunstancias agravan todavía más el estrés y sus consecuencias.
El Dr. Joaquín Mateu-Mollá
¿En dónde debemos buscar las posibles causas del síndrome del ejecutivo?
El síndrome del ejecutivo depende tanto de factores personales como organizacionales, que se imbrican entre sí de manera estrecha y compleja. En cuanto a los primeros; se sabe que resulta más común en personas que albergan intenciones ambiciosas respecto a la vida laboral, que son extremadamente perfeccionistas en su forma de proceder y que tienden a imponer inamovibles exigencias para sí mismas y para quienes les rodean. A menudo consideran que su ausencia en el puesto de trabajo devendría catastrófica para los intereses de la empresa y sobreestiman su contribución al funcionamiento de esta, frustrando su capacidad de desconectar de la vorágine de responsabilidades que les acechan (hacer muchas horas extra, asumir funciones no asociadas a las atribuciones que les corresponden, consultar reiteradamente la bandeja de entrada de sus correos electrónicos, etc.). La autoestima de quienes padecen este síndrome del ejecutivo está íntimamente conectada a su desempeño laboral, por lo que toda incidencia que lo comprometa (retrasos en los procesos, bajas médicas, etc.) tendrá resonancias profundas en el modo en que se sienten respecto a sí mismas. También se sabe de la existencia de un patrón de personalidad de tipo A, que se manifiesta como la sensación acuciante de que el tiempo apremia y como una incapacidad para relajarse que podría incluso aumentar el riesgo de patologías cardiovasculares. En estos casos, por supuesto, el síndrome del ejecutivo es más probable.
Por otra parte, también la empresa (su filosofía, sus valores, las dinámicas de trabajo, los planes de incentivos, su posición respecto a la competencia, etc.) puede influir decisivamente en cómo los trabajadores acometen su actividad, promocionando actitudes compatibles con el síndrome del ejecutivo. Prácticas como el envío de notificaciones en el tiempo que debería estar reservado al descanso siguen siendo desgraciadamente habituales, así como el énfasis en la productividad y en la competitividad por encima del bienestar de los empleados. Estas formas de vinculación son cortoplacistas y no se traducen en réditos económicos a medio ni a largo plazo, pues motivan inevitablemente experiencias de estrés que socavan el rendimiento y la motivación. Para acabar, se debe considerar que algunas personas pueden encontrar en su trabajo una vía de escape para vidas que perciben como anodinas, grises e insatisfactorias; de manera que reposan en él todas sus expectativas de gratificación o de refuerzo.
¿Cómo se diagnostica? ¿Está contemplado como trastorno psicológico?
El síndrome del ejecutivo no se considera actualmente un trastorno psicológico en los manuales diagnósticos, por lo que no se han fijado criterios exactos que sirvan para su identificación. Esto no significa que sea irrelevante o que no exista, por supuesto, sino que todavía no se dispone de la evidencia suficiente para que la comunidad científica lo trate como un problema diferente (en esencia) a otros que ya tienen un consenso amplio.
Dos ejemplos evidentes serían el burnout y el trastorno adaptativo, ya que en ambos concurren experiencias de estrés y síntomas ansioso-depresivos que surgen ante situaciones que suponen un esfuerzo adaptativo (laborales o de otra naturaleza). De hecho, lo más común es que cuando alguien acude al especialista por padecer (potencialmente) un síndrome ejecutivo reciba una de estas dos etiquetas, aunque por sí mismas carecen de cualquier valor terapéutico. Los psicólogos y psiquiatras que atienden a personas con estrés laboral deben centrarse en sus peculiaridades; pues cada caso es único y necesita aproximaciones sensibles al contexto, a la historia de vida, a las expectativas y a las experiencias emocionales.
¿Cómo identificar signos de estar padeciendo este síndrome? ¿Cómo se puede prevenir?
Lo primero (y más importante) es reconocer la situación que estamos atravesando, pues lo más común en quienes sufren el síndrome del ejecutivo es pensar que su manera de actuar respecto al trabajo es completamente razonable y que se ajusta a sus necesidades. Identificar que nuestro cuerpo y mente se están resintiendo como consecuencia del estrés laboral, e incluso contemplar la posibilidad de que las relaciones que forjamos con otros empiecen a estar comprometidas por nuestra forma de gestionar el tiempo del cual disponemos, es un paso absolutamente necesario. Cuando ya somos conscientes de esto, correspondería desarrollar la capacidad de introspección necesaria para detectar qué pensamientos se hallan a la base del sobreesfuerzo que invertimos en el trabajo. ¿Pensamos que sin él carecemos de valor como individuos? ¿damos a nuestra vida laboral un peso excesivo en de la ecuación de nuestra autodefinición? ¿creemos que el ocio y el descanso son una pérdida de tiempo o, en el mejor de los casos, totalmente innecesarios? Este tipo de creencias son más comunes de lo que podamos imaginar en nuestra sociedad, y a veces las abrazamos sin ser demasiado conscientes de ello. Reflexionar cuidadosamente sobre cómo pudimos haberlas interiorizado en el pasado, y cuestionar su veracidad, forma parte del proceso que conocemos como reestructuración cognitiva. En algunos casos, no obstante, puede requerir el acompañamiento de un profesional de la salud mental.
Además de lo dicho, es fundamental encontrar en nuestra vida cotidiana momentos de diversión y esparcimiento para compartir con quienes están cerca de nosotros, con otras personas ajenas al trabajo y con quienes podamos mantener conversaciones alejadas de las tareas que en él se nos encomiendan. Programar pequeñas escapadas con los familiares y los amigos a los que más queremos es fundamental, invirtiendo no solo más tiempo con ellos, sino también un tiempo de mayor calidad. Para lograrlo deberíamos ser capaces de apagar los teléfonos y otras tecnologías que sirvan para la comunicación laboral, distribuyendo los recursos de un modo equilibrado para armonizar las distintas facetas de nuestra vida. Todo esto es especialmente relevante en el caso de las personas que teletrabajan, pues en esta modalidad de trabajo resulta todavía más costoso
¿Qué consejos darías a una persona que lo padece?
Lo más importante sería que escuchara a las personas de su alrededor cuando le manifiestan su deseo de compartir tiempo. Que no perciba tales comentarios como injerencias en su forma de trabajar ni como motivo de frustración, sino como una señal inequívoca de aprecio y como un indicio de que es alguien querido por quienes le rodean. A veces, en la vorágine del estrés al que nos vemos sometidos, no resulta fácil mantener esta actitud de comprensión y podemos acabar reaccionando de forma abrupta (quejándonos amargamente, distanciándonos más, etc.) ante lo que solo es una sincera muestra de cariño. Ser conscientes del dolor y del desconcierto que esto puede generar en nuestro entorno es fundamental, sobre todo en el caso de los más pequeños.
Si estuviera en mi mano, también me gustaría trasladarle la suma importancia del autocuidado, entendido con la amplitud suficiente para trascender el utilitarismo de lo inmediato. La persona que cuida verdaderamente de sí misma deberá reconocer qué cosas están perjudicándole física, psicológica o socialmente; con el propósito de articular estrategias que mejoren sus capacidades para lidiar con la situación. Conversar con los demás sobre la posibilidad de estar manteniendo una relación tortuosa con el trabajo es clave, ya que a veces la sociedad imprime connotaciones positivas a la figura del trabajador abnegado que renuncia a todo por mantener la productividad (lo que es una evidente distorsión de la realidad). No debemos olvidar nunca que el apoyo social de tipo emocional (escucha atenta, evitación de juicios, etc.) es uno de los factores de protección con mayor evidencia científica en el caso del estrés y de sus resonancias.
Debemos aprender a pedir ayuda sin sentir que esto sugiere debilidad o inadecuación. Al hacerlo nos estamos revelando como precisamente lo contrario: como seres conscientes de sí mismos y suficientemente honestos con sus necesidades para asumir las riendas de sus dificultades y para desentrañar un modo nuevo de comprenderse y de respetarse.
¿Cuál es la diferencia entre el síndrome del ejecutivo y el agotamiento profesional (burnout)?
Las diferencias entre ambos son extraordinariamente sutiles, aunque se puede afirmar que de algún modo están estrechamente relacionados. Mientras que el síndrome del ejecutivo obedece a una responsabilidad inflamada hacia todo lo relacionado con la dimensión laboral; el burnout describe una experiencia de estrés que se manifiesta con trastornos ansioso-depresivos, erosión del sentimiento de autorrealización y despersonalización (trato indiferente o incluso negligente hacia compañeros, clientes, superiores jerárquicos, etc.). Aunque pueden ser entendidos como fenómenos independientes relacionados con el trabajo, es posible trazar una direccionalidad a través de la cual el síndrome del ejecutivo aumentaría la probabilidad de sufrir un agotamiento profesional a medio-largo plazo, con las referidas consecuencias que esto podría tener. Además, si el agotamiento emocional se debe al exceso de responsabilidades laborales, suele convivir con sentimientos de culpabilidad, puesto que se interpretaría que el sentirnos “superados” nos aleja de los objetivos que alguna vez fijamos para “mantener a flote” una autoestima saludable.
¿Cuál es la relación entre el estrés y el síndrome del ejecutivo?
La relación es estrecha, especialmente con aquello que conocemos como distrés (y que se alzaría como el reverso patológico del estrés). Las personas con síndrome del ejecutivo permanecen en un estado de alerta persistente, lo que supone una producción descontrolada de cortisol en las glándulas suprarrenales (eje hipotálamo hipofisiario adrenal). En condiciones normales la citada hormona nos ayudaría a gestionar nuestros recursos ante una situación que requiere respuestas rápidas y eficaces, pero si su concentración se descontrola (los problemas resueltos en el trabajo se ven rápidamente sustituidos por otros o su conclusión depende de factores ajenos a nuestro control personal) se precipita una cascada de problemas potencialmente severos para la salud. Las altas exigencias que se imponen las personas con síndrome del ejecutivo pueden conducirlas recurrentemente a fracasar ante sus pretensiones, lo que socava la percepción de que pueden enfrentarse con éxito a los estresores importantes de sus vidas. Si se daña tal valoración de sus capacidades también aumenta dramáticamente el distrés. Este sería el mecanismo conocido por el cual, a medida que van dilatándose los días en que convivimos con el síndrome del ejecutivo, podemos acabar adentrándonos en una etapa de burnout laboral.
En definitiva, conviene ser muy conscientes de que como seres humanos podemos sufrir estrés en el trabajo, especialmente cuando nos exigimos mucho respecto a este. Encontrar la forma de cuidarnos, de apoyarnos en otros para revelar nuestras inseguridades (familiares, profesionales, etc.), de descubrir oportunidades de ocio y de cuestionarnos nuestras creencias más arraigadas; tendrá un impacto extraordinariamente positivo en nuestra calidad de vida.